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La chica de la Esso

Vanina tenía unos 20 años. Morocha, de pelo largo hasta la cintura. Trabajaba en la Esso cerca de casa, en Luján y Albarracín. Usaba calzas y visera, limpiaba los parabrisas, les servía café a los chicos del surtidor, atendía la caja y daba vueltos en caramelos.  Había un chisme de barrio que decía que una vez una vieja juntó todos los 'vueltos' y les pagó en caramelos Media hora unas gaseosas.  Se la tuvieron que fumar en pipa.  Las cejas de Vanina eran un poema aparte.  Me obsesionaban sus cejas porque las mías también eran gruesas, pero yo quería ser como ella: cejona y bella.  Año 99.  Apenas once años. Me crecen las tetas.  Solía hacerme las trencitas de noche y deshacerlas a la mañana así me quedaba el pelo ondeado todo el día.  Un día fui a la Esso a inflar las gomas de la bicicleta.  Cuando me acerqué al mostrador a pagar me miró el pelo y me dijo "¿Qué pasó amiga? ¿Te peleaste con el peine?" Y sonrió graciosa, masticando chicle de costado. Me puse roja de la

Aliens vs Literature

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Me da risa porque acabo de desaprobar a un alumno y acto seguido me dice enojado que la literatura no sirve para nada. Como no se me viene nada inteligente a la cabeza hago un esfuerzo enorme para no mandarlo a la mierda. Me pongo a leer a Cecilia Pavón para hacer tiempo y me encuentro con esto. A lo mejor tenga razón mi alumno, ya no tiene sentido leer a Christina Rosetti, a Miller, a Dickinson si lo que importa es la llegada de los extraterrestres. ¡Ah! y los Avengers.

Otras maneras de definir la tristeza

Todas las tristezas son diferentes y se sabe que la nostalgia es una de ellas. Por ejemplo, a Florencia mi amiga de la infancia, le daban nostalgia las medias que colgaba mi mamá en el patio de casa. No había mucha explicación, le gustaba mirar como se movían al viento porque "le producían mucha ternura" decía y lo recuerdo con claridad porque éramos muy chicas, teníamos unos diez u once años, y esa melancolía me parecía muy profunda para su edad. Me di cuenta de la poesía que su tristeza me inspiraba. Recuerdo también que en su casa había un enorme jardín de flores muy precioso, con árboles muy frondosos que a mi me interpelaba pero no podíamos salir ni tocar nada sino Esther se enojaba con nosotras (Esther era la mamá de Flor). Curiosamente, estaba lleno de rosales con espinas que muchas veces nos clavábamos sin querer y nos dolía tanto que preferíamos jugar adentro. Y en la mi casa había un patio con una calesita para niños, algunos chiches de mi perra tirados en el suelo

Those boots were made for dancing

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Cuando era chica no tenía mucho calzado. Soy una niña de los 90, así que todo zapato que tenía era lo que debía llevar a la escuela: zapatillas negras y con suerte, me compraban unas sandalias lindas y cómodas por si tenía una fiesta. Pero no tenía las zapatillas de Barbie con luces o rueditas como algunas de mis compañeras de curso. Esos eran lujos que mis padres no creían necesarios. El calzado debía ser algo práctico y que durara mucho. Había que cuidarlo. En el 96 se habían puesto de moda los borcegos para niño y les insistí mucho para que me los compraran. Mi mamá se sorprendió. Nunca fui una nena de pedir cosas y mucho menos zapatos. Les dije que me iba a portar bien todo el año si me los compraban. Me vieron tan desesperada que accedieron a comprármelos. Eran unos borcegos color manteca con cordones marroncito claro. Hay una foto mía de ese año que suelo subir a las redes sociales y soy yo bailando en un cumpleañitos con una pollera de jean y mis borcegos nuevos, que eran un enc

El pediatra de Guillermina no me convence

Mientras me baño un Sábado a la mañana pienso que no me convence mucho el pediatra de Guillermina. Y recién ahora puedo poner en palabras lo que me venía angustiando todo este tiempo: No hay feeling con este médico. C'est fini. También me parece un poco tarde pensar esto ahora, ya sé, y me culpo por eso. Porque entre las opciones de médicos pediatras que había para elegir fui a dar con el peor y no hice nada para cambiar la situación. La deje estar. "Es un anti" me dice mi prima  mientras tomábamos mate con budín de limón el otro día en el jardín de casa, "Un anti-todo". Y me reí con ruido y ella también. Nos matábamos de frío afuera, pero el calor del mate nos mantenía calentitas "¿Por qué no lo cambias y listo?" me dice otra vez. Ahí caí en la cuenta, en realidad lo que detesto es que es un anti-todo. A nti frutas ricas como el kiwi, las frutillas y otros frutos rojos.  Anti galletitas de leche (a todos nos han dado unas Okebon de bebés).  Anti colec

Nunca confíes en tu peluquero

La primera vez que pisé Salón Bordeaux tenía unos 14 años e iba acompañada de mi mejor amiga. Por años me atendí en esa peluquería. Supongo que empecé a ir porque era una de las más caras de la zona y me gustaba pertenecer a ese club de chicas bien que van a salones costosos. Pero la verdad es que no dejaba de ser una peluquería de zona céntrica de barrio. Recuerdo que en esas épocas se atendía por orden de llegada. Te anunciabas en la entrada y te sentabas en unas mesitas de café a esperar que algunos de los estilistas de turno se desocupara. Después de unas dos horas -como mínimo- le pedías un tipo de corte y te lo cortaban escalonado o rebajado, como se usaba. Todas las adolescentes salíamos de ahí conformes con nuestro peinado pero idénticas cual clones.  Gaspar fue mi primer peluquero. Su personalidad histriónica llamaba muchísimo la atención. Era un cubano con mucho estilo para vestirse y su acento fascinaba a cualquiera. Parecía saber perfectamente lo que necesitaba para mi pelo

Chasing rabbits

Una tarde nublada en Villa Gesell, iba por la Av. 3 volviendo al departamento, cuando vi una vidriera de cosas vintage. De afuera se podía ver que algunas prendas de ropa eran usadas y otras parecían nuevas, así que entré a curiosear. La dueña del local, una señora rubia de unos sesenta largos, estaba sentada detrás del mostrador y escribía algo con tanta atención que ni levantó la cabeza para saber quién había entrado a su negocio. —Linda, chusmeá tranquila y me avisas. —me dijo— pero siguió sin levantar la vista para ver quién era. Debo admitir que me causó simpatía su manera de ser y quise quedarme un rato más.   Una segunda mujer sale de unas cortinas de plástico y se ubica al lado de la señora rubia a mirar lo que escribía.   — ¿Y? ¿Ya armaste tu lista? — le preguntó — .  — Sí, la estoy haciendo pero no la podes leer —dijo, mientras tapaba con la otra mano lo que escribía — .  —Qué mala, ¿Por qué no?.  — Es personal, Silvia.  Yo intentaba concentrarme en lo mío y mirar esos vestid